Me acerco, sin palabra alguna,
y acaricio la respiración de mi esposa.
Su perfume queda en el aire,
en los recónditos espacios
de sur y Andrómeda.
Está su silueta posada al desnudo
con mis huellas,
como espiga atada a su fragancia.
La encuentro y coincido con el minuto
e intento amarla si no siente que la observo
atareada de horizontes, de familia.
Me queda a pocos metros
y yo sigo mirándola:
hermosa, dueña mía, sublime fragancia;
tan fábula de cariño.
Cuando hay tormentas,
salgo por ellas a pedirles
que no le hieran el corazón.
En instantes lúcidos de euforia,
me adora sin condición,
y yo, a ella, más la quiero.
Me acerco sin saber qué decir.
Le doy un beso de buenas noches
antes que despierte o sepa que fui yo.
Su perfume queda en el aire,
en los recónditos espacios
de sur y Andrómeda.
Está su silueta posada al desnudo
con mis huellas,
como espiga atada a su fragancia.
La encuentro y coincido con el minuto
e intento amarla si no siente que la observo
atareada de horizontes, de familia.
Me queda a pocos metros
y yo sigo mirándola:
hermosa, dueña mía, sublime fragancia;
tan fábula de cariño.
Cuando hay tormentas,
salgo por ellas a pedirles
que no le hieran el corazón.
En instantes lúcidos de euforia,
me adora sin condición,
y yo, a ella, más la quiero.
Me acerco sin saber qué decir.
Le doy un beso de buenas noches
antes que despierte o sepa que fui yo.
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