martes, 8 de octubre de 2019

Chiclayo, cuando muera


Chiclayo, cuando yo muera
no quiero el Dios de tu llanto,
ni el hechizo de tu canto.
¡Yo moriré a mi manera!
Yerto bajo una palmera
les he de rezar a mis huesos;
mis errores serán presos
—como abejas de un panal—,
y un crucifijo infernal
será hoguera de mis besos.

Si mis poemas se pierden
al cerrarse mi ataúd,
mis versos y mi virtud
de mi apellido se acuerden.
Si mis entrañas se muerden
porque sienten mucho frío
quiero que formen un lío
en esta fúnebre ruta,
con la verdad absoluta
que guardo a orillas del río.

Chiclayo, que nadie llore
si sus sentidos profano;
no quiero ser el humano
que sus migajas implore.
(… Que mi poema mejore
en las lindes celestiales;
que muera en los arenales
de la conciencia incapaz;
que sea fuerte y tenaz
por mentados arrabales).

¡Chiclayo!, quiero certeza
de mi existencia pagana
y quemar esta sotana
de rimas en mi cabeza.
Abrázame con tibieza
si he de perder la razón.
No dejes mi corazón
si escribo melancolías,
en las noches y los días
de incansable inspiración.

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