Chiclayo,
cuando yo muera
no
quiero el Dios de tu llanto,
ni
el hechizo de tu canto.
¡Yo
moriré a mi manera!
Yerto
bajo una palmera
les
he de rezar a mis huesos;
mis
errores serán presos
—como abejas de un panal—,
—como abejas de un panal—,
y
un crucifijo infernal
será
hoguera de mis besos.
Si
mis poemas se pierden
al cerrarse mi ataúd,
al cerrarse mi ataúd,
mis
versos y mi virtud
de
mi apellido se acuerden.
Si
mis entrañas se muerden
porque
sienten mucho frío
quiero
que formen un lío
en
esta fúnebre ruta,
con
la verdad absoluta
que
guardo a orillas del río.
Chiclayo,
que nadie llore
si
sus sentidos profano;
no
quiero ser el humano
que
sus migajas implore.
(…
Que mi poema mejore
en
las lindes celestiales;
que
muera en los arenales
de
la conciencia incapaz;
que
sea fuerte y tenaz
por
mentados arrabales).
¡Chiclayo!,
quiero certeza
de
mi existencia pagana
y quemar esta sotana
y quemar esta sotana
de
rimas en mi cabeza.
Abrázame
con tibieza
si
he de perder la razón.
No
dejes mi corazón
si escribo melancolías,
si escribo melancolías,
en
las noches y los días
de
incansable inspiración.
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