martes, 24 de octubre de 2017

Parraguez, el poeta



Victor Hugo Parraguez es un poeta consagrado, un cholo ferreñafano de pura cepa que se adentró en el mundo de la versificación con una maestría que pocos la tienen. En cada uno de sus versos se ve reflejada la esencia de la peruanidad y de su tierra tan querida, porque Parraguez es un vate.
Tildan a los que escriben décimas como simples decimistas: hombres dicharacheros que solo sirven para hacer reír a multitudes; justamente porque se enfocan en esa forma cotidiana de decir las cosas, de demostrar la cholitud sin mucho rodeo, sin metáforas sicodélicas. La décima costumbrista nos lleva a los espacios donde el cultismo prefiere huir. Sin embargo, si nos ponemos a analizar la poética de Parraguez, podemos encontrar metáforas bien logradas con líneas tan sencillas, porque para trascender no se necesita vestir la poesía de palabras inentendibles e inalcanzables.
«Nace una sorda clemencia/de dar reconocimiento». Aquí cité dos versos que explican la necesidad de darle al poeta el lugar que le corresponde. Y creo que el gran cholo ferreñafano le escribe al infinito para dejar una huella literaria, una visión (que es su propia visión) de las cosas, de aquellas vivencias que solo puede sentir un hombre que ama a su pueblo con todas sus fuerzas. 
Yo recuerdo que en los encuentros poéticos que realizaba Iván Santamaría, escuché hablar de Parraguez, referirse a él como un  maestro, un hombre de una alta capacidad creativa, y eso me llenaba de orgullo. ¿Cómo le puedes explicar a un joven que la poesía está en todas partes, y que a veces se ausenta? ¡Parraguez estaba en su caballo decimístico!  No sé si es el destino quien me permite ahora escribir unas líneas sobre este versador, tan semejante a Miguel Hernández (España), a José Hernández (Argentina) o a Naborí (Cuba).  Y que sepa que no lo hago por mera curiosidad literaria que escribo unas líneas sobre él, porque todo lo que digo y pienso lo tiene merecido. Ferreñafe le debe un eterno reconocimiento por su labor poética, por ese criollismo innato.
Dicen que los versos que uno guarda en la memoria siempre son los que perduran en la eternidad; lo creo así. Aquella decima «Mi poto de chicha pura», me arrancó una sonrisa, y a su vez, pude sentir el despecho cholo —ese que te lleva a embriagarte con chicha y cañazo por una mujer pueblerina—. Por eso es importante que se escriba sobre la tradición en nuestro país, y que las personas como Parraguez se valoren y se tengan en alto, como un símbolo. Los grandes no necesitan estar en otra vida para ser grandes, ya lo son. Y el maestro Victor Hugo, ¡lo es! Es un hombre que ha contribuido culturalmente con versos de su propia vivencia y fe. Lo dicen sus libros publicados, los premios obtenidos a lo largo de su vida; Parraguez es un estandarte del verso, y es considerado un poeta.
Cada vez que se le hace un reconocimiento, no solo una satisfacción invade su ser, sino esas ganas infinitas de amar al Perú, a Ferreñafe (su pueblo natal). Y eso es lo que identifica a un hombre, a un verdadero artista de las letras.   

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