Victor Hugo Parraguez es un poeta consagrado, un
cholo ferreñafano de pura cepa que se adentró en el mundo de la versificación
con una maestría que pocos la tienen. En cada uno de sus versos se ve reflejada
la esencia de la peruanidad y de su tierra tan querida, porque Parraguez es un vate.
Tildan a los que escriben décimas como simples decimistas:
hombres dicharacheros que solo sirven para hacer reír a multitudes; justamente
porque se enfocan en esa forma cotidiana de decir las cosas, de demostrar la
cholitud sin mucho rodeo, sin metáforas sicodélicas. La décima costumbrista nos
lleva a los espacios donde el cultismo prefiere huir. Sin embargo, si nos
ponemos a analizar la poética de Parraguez, podemos encontrar metáforas bien
logradas con líneas tan sencillas, porque para trascender no se necesita vestir
la poesía de palabras inentendibles e inalcanzables.
«Nace una sorda clemencia/de dar reconocimiento». Aquí
cité dos versos que explican la necesidad de darle al poeta el lugar que le
corresponde. Y creo que el gran cholo ferreñafano le escribe al infinito para
dejar una huella literaria, una visión (que es su propia visión) de las cosas,
de aquellas vivencias que solo puede sentir un hombre que ama a su pueblo con
todas sus fuerzas.
Yo recuerdo que en los encuentros poéticos que realizaba
Iván Santamaría, escuché hablar de Parraguez, referirse a él como un maestro, un hombre de una alta capacidad
creativa, y eso me llenaba de orgullo. ¿Cómo le puedes explicar a un joven que
la poesía está en todas partes, y que a veces se ausenta? ¡Parraguez estaba en
su caballo decimístico! No sé si es el
destino quien me permite ahora escribir unas líneas sobre este versador, tan
semejante a Miguel Hernández (España), a José Hernández (Argentina) o a Naborí
(Cuba). Y que sepa que no lo hago por
mera curiosidad literaria que escribo unas líneas sobre él, porque todo lo que
digo y pienso lo tiene merecido. Ferreñafe le debe un eterno reconocimiento por
su labor poética, por ese criollismo innato.
Dicen que los versos que uno guarda en la memoria
siempre son los que perduran en la eternidad; lo creo así. Aquella decima «Mi poto
de chicha pura», me arrancó una sonrisa, y a su vez, pude sentir el despecho
cholo —ese que te lleva a embriagarte con chicha y cañazo por una mujer
pueblerina—. Por eso es importante que se escriba sobre la tradición en nuestro
país, y que las personas como Parraguez se valoren y se tengan en alto, como un
símbolo. Los grandes no necesitan estar en otra vida para ser grandes, ya lo
son. Y el maestro Victor Hugo, ¡lo es! Es un hombre que ha contribuido
culturalmente con versos de su propia vivencia y fe. Lo dicen sus libros
publicados, los premios obtenidos a lo largo de su vida; Parraguez es un
estandarte del verso, y es considerado un poeta.
Cada vez que se le hace un reconocimiento, no solo
una satisfacción invade su ser, sino esas ganas infinitas de amar al Perú, a
Ferreñafe (su pueblo natal). Y eso es lo que identifica a un hombre, a un
verdadero artista de las letras.